Guerra Fría

Guerra Fría

Veterano de Lourdes, Colombia; con destino a la guerra.

En una casa antigua de pueblo, detrás de una iglesia grande y proverbial de católicos, el esplendor de un bello atardecer ilumina las nubes rojizas y acompaña el corredor florecido y refrescante por el clima. Allí, sobre una mecedora cómoda, descansa un hombre de piel mestiza con una mancha en el rostro. Tiene 80 años. La calidad de vida no es común entre los contemporáneos. Así lo refleja en los ojos grandes y oscuros. Es fuerte y valeroso caballero, poco agraciado, pero un verdadero héroe.

A los 18 años, sin tener conocimiento acerca de la misión en la vida, llegó al batallón de Manizales, juró bandera y emprendió una travesía en barco por el Océano Pacífico, rumbo a Pusan (Corea del Sur), en 1952. La bienvenida fue inesperada, con ruidos estridentes, proyectiles que dividían colinas enteras y bombas que carbonizan bosques. El tronar de los cañones era continuo y lo irritaba.

José Correa Correa era un soldado tosco del Batallón Colombia por esa época. De estatura baja, joven y soltero, prestó el servicio militar en el Ejército. No tenía interés en conocer a Corea y mucho menos combatir en tierra extraña. Era servidor de la patria.

En 1950, se comenzó la Guerra fría o la Guerra de Corea, periodo de confrontación política entre Estados Unidos y la Unión Repúblicas Socialistas Soviéticas. La disputa nació de la división de Corea en dos países con ideologías diferentes. Al norte, la comunista, y al sur, la capitalista.

El intento norcoreano de reunificarse genero una sangrienta pelea civil que devastó al país y separó a los habitantes. Colombia respondió al llamado de las Naciones Unidas (ONU) y el representante del Estado, Laureano Gómez, asumió el compromiso internacional de enviar tropas, como único país hispanoamericano.

Voluntarios atienden el llamado a alistarse en el Ejército, a pesar de que algunos habían terminado el servicio. Otros, asumieron la obligación como el recluta Correa.

Después de haber vivido una pugna ajena comprende lo sucedido. La responsabilidad en la infantería lo hace destacar por la valentía y la experiencia en la avanzada de la batalla. En el intervalo donde lo seguro es la muerte, conocido como ‘la tierra de nadie’, Correa está al frente de la línea de combate con la compañía, percibida como legendaria por la capacidad de los pelotones colombianos en enfrentamientos y con “excelencia”.

Mostraban la temeridad que no tenían otros. La segunda cuadrilla, a la que pertenecía José, salió a respaldar un cerro, cerca de la capital de Seúl (Sur-Corea). Oscurecía la tarde y no terminaba la hostilidad, pero sí las municiones. Desolados, angustiados y sin provisiones no saben qué hacer para salvar la vida. Más de 100 hombres corren hacia un arrume de piedras. El enemigo subía y la tropa echó a rodar y a lanzar pedruscos. Una batalla más que ganaron los colombiano.

El combatiente Correa se defendió como pudo hasta batir al adversario. Lucía el uniforme camuflado con el escudo que lo destacaba entre los mejores guerreros.

Los comunistas empleaban estrategias de tipo de artificio al estudiar al rival para diagnosticar los puntos débiles. Al caer la tarde, los norcoreanos trasmitieron por los altavoces rancheras y tangos, y exclamaron ‘vuelvan a casa. No se hagan matar por defender a los norteamericanos’. “Sí que eran inteligentes, porque eso se siente en el corazón”, apuntó Correa.

En la batalla se perdieron muchos oficiales. Cada escuadrón tenía un cementerio dividido por alineamientos de batallones. En el de infantería, al que pertenecía Correa, se hallaban unos 200 cadáveres.

En aquel suceso se relacionó con compañeros, amistades que perdió en poco tiempo. Su aliado de siempre fue un montero 4.2. Solo se espera el relevo que en ocasiones dependía del comportamiento. Cada tres meses había una merecida licencia a la Pool, campamento enorme, con mucha comida y posada en Japón.

José Correa regresó a la tierra natal. Salió con una herida en la pierna, pero nada alarmante. Ocurrió en 1953, en los primeros días de enero, un año después de haber defendido a los capitalistas.

Se alojó al norte de Bogotá. Era un afortunado que sobrevivió entre cenizas y restos. Después de obtener la baja de la vida militar, sin festejos ni despedidas, se instala en el municipio “más lindo del mundo”, Lourdes (Norte de Santander), donde había pasado la niñez.

Allí se casó, formó un hogar y engendró 9 hijos. El menor le siguió los pasos en la milicia. Ahora, da gracias a Dios por la familia.

En el 2012, visitó a Corea no para batallar, sino para celebrar con abrazos, medallas y conmemoraciones aquel recuerdo. “No tenemos como pagarle a Colombia por la intervención en aquel hecho histórico”, manifestaron los veteranos sobrevivientes. José Correa recibe una pensión de agradecimiento por parte de Corea del sur.

Regresar al inicio